Barco de pesca amarrado durante una tormenta, con un atún rojo saltando al fondo.

Este 16 de junio vuelve el ritual absurdo: se abre la pesquería del atún rojo para los pescadores recreativos. En teoría, hasta el 14 de octubre. En la práctica, todos sabemos cómo va esto: a los tres o cuatro días, la Secretaría de Pesca echa el freno. “Estamos haciendo un recuento”, dicen. Y hasta el año que viene. ¿Transparencia? Cero. ¿Explicaciones? Las justas. ¿Derecho al pataleo? Ni eso.

Una cuota fantasma

El Estado asigna una cuota ridícula para toda la pesca recreativa del país. No se reparte por provincias ni se ajusta a condiciones meteorológicas. Da igual que haga un temporal de tres días o que la mar esté intratable. Si abren el lunes y el levante sopla con mala leche, los que no puedan salir ese día se quedan sin atún y sin derecho a quejarse. En cuanto asoman cuatro partes de captura en el sistema, se cierra el grifo “preventivamente” y se acabó la fiesta.

Y atención: cuando se cierra la pesquería, ya no se puede ni siquiera hacer captura y suelta. Nada. Ni tocarlo. El atún se convierte en una especie prohibida de golpe, como si dejarlo ir también fuera peligroso. Todo cerrado sin margen ni matices.

No hay recuento que se publique, ni informe que se explique, ni sistema de apelación. Te enteras por un aviso en la web o porque un amigo te dice que “ya lo han cerrado”. Y como lo cierran “para revisar los datos”, te queda esa absurda esperanza de que lo vuelvan a abrir. Pero no. Nunca lo reabren.

Captura y suelta... ¿con letra pequeña?

La normativa obliga a la modalidad de captura y suelta, como si fuera la panacea de la sostenibilidad. Pero quienes han subido un atún rojo a bordo lo saben: no todos sobreviven. El estrés, el agotamiento o el daño en la boca hacen que muchos ejemplares mueran tras la suelta, aunque no los veas. Porque el atún, cuando muere, no flota: se hunde. Y ahí queda, invisible pero muerto. Es la hipocresía de lo “ecológico” mal gestionado: se prohíbe capturar, pero se permite matar sin declarar.

Una solución sensata sería dar o vender dos etiquetas por barco recreativo. Solo dos. Para registrar legalmente los casos de muerte accidental y aprovechar ese pescado de forma responsable. Y que quien no sufra una muerte en suelta, no las use. Sencillo. Razonable. Pero no: mejor hacer como si nada ocurriera.

Previsiones del tiempo: ¿para qué?

Este año, como tantos otros, el Mediterráneo arranca el 16 de junio con previsión de vientos complicados y mar de fondo en muchas zonas. Es decir, que la mayoría de pequeños barcos recreativos ni lo intentarán. Mientras tanto, la administración hace oídos sordos a las condiciones reales del mar. ¿Qué más da que un temporal deje en puerto a media flota? Si la cuota se llena (¿cómo? nadie lo sabe), se cierra.

Una opción más justa sería permitir que cada barco autorizado pudiera salir cualquier día mientras la pesquería esté abierta, siempre que las condiciones del mar lo permitan. Así todos tendrían las mismas oportunidades, no solo los que viven frente al puerto o pueden salir entre semana.

La pescadería política

Todo esto huele más a maquillaje que a gestión. Se permite la pesca recreativa de atún para que parezca que todos participan del reparto. Pero es una fachada. Unos días simbólicos, sin garantías, sin previsión real, sin justicia territorial ni meteorológica.

Se utiliza a los recreativos como justificación para mostrar una falsa equidad, mientras el reparto real de toneladas se queda en manos de los de siempre. La pesca recreativa, por más que genere ingresos en hostelería, combustible, material náutico y turismo, sigue siendo el convidado de piedra en las decisiones pesqueras del país.

¿Qué habría que hacer?

  1. Repartir la cuota por zonas geográficas.

  2. Adaptar los días hábiles a la meteorología real.

  3. Garantizar un mínimo de días efectivos por comunidad.

  4. Hacer públicos los datos de capturas y los criterios de cierre.

  5. Permitir el uso de hasta dos etiquetas por barco para mortalidades accidentales.

  6. Dejar que cada barco salga cualquier día durante la apertura, si el tiempo lo permite.

Pero claro, eso exigiría trabajar de verdad. Y no solo abrir y cerrar una pesquería como quien abre y cierra una persiana, sin mirar si hay alguien al otro lado.

¿Tú qué opinas? ¿Has vivido esta situación? Cuéntalo. Porque lo que no se dice, se repite.

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