En los años más oscuros de nuestra historia reciente, cuando el cielo dejó de ser garantía de luz y se volvió amenaza, Burriana aprendió a mirar hacia abajo. No por cobardía, sino por supervivencia. Bajo sus calles, todavía hoy invisibles para muchos, se esconde una red de refugios que recuerda que el miedo fue real, que el estruendo fue cierto y que la vida, en aquellos años de guerra, se vivía bajo tierra.
Burriana bajo las bombas
Durante la Guerra Civil Española (1936–1939), Burriana no fue un frente de batalla, pero sí objetivo militar. Su puerto comercial, su posición estratégica en el litoral castellonense y su cercanía a zonas industriales y agrícolas la convertían en blanco recurrente para la aviación sublevada, especialmente a partir de 1937, cuando los bombardeos sistemáticos sobre la retaguardia republicana se volvieron una táctica habitual.
Los bombardeos aéreos eran indiscriminados, y la población civil —mujeres, niños, ancianos— quedó en el centro del fuego. La sensación de vulnerabilidad se extendió como una enfermedad silenciosa: no había lugar seguro. Ante esta amenaza constante, el Ayuntamiento y los propios vecinos reaccionaron con urgencia.
Una red subterránea nacida del miedo
En apenas un año, entre 1937 y 1938, Burriana emprendió una de las obras colectivas más impactantes de su historia reciente: la construcción de más de 30 refugios públicos y alrededor de 300 privados, excavados en patios, sótanos, talleres o solares. Algunos tan pequeños como para cobijar a una familia, otros tan grandes como para albergar a centenares de personas.
Los trabajos se realizaron de forma manual, con pico y pala, muchas veces por los propios vecinos y milicianos locales. El diseño seguía patrones básicos pero efectivos: túneles en forma de zig-zag para amortiguar las ondas expansivas, rampas o escaleras de acceso, y una profundidad media de entre 8 y 12 metros. Las bóvedas se reforzaban con ladrillo cocido en la parte superior y, en ocasiones, con vigas metálicas si estaban disponibles.
No era ingeniería de precisión, pero sí arquitectura de urgencia. Como apunta el historiador Joan Garcés, “fue una forma de resistencia pasiva, pero también una muestra de organización popular y de respuesta cívica ante el horror aéreo” (Fuente: Garcés, J. “Arquitectura de la emergencia en la retaguardia republicana”, Universitat de València).
Vivir bajo tierra
El uso de estos refugios no era anecdótico. Las sirenas antiaéreas, cuando funcionaban, marcaban el inicio de una carrera desesperada. La gente bajaba como podía: a pie, en bicicleta, cargando a los niños, con lo puesto. Dentro, el silencio era roto por el zumbido de los motores, por las oraciones susurradas, por los llantos contenidos.
Las condiciones eran mínimas. Había bancos de obra o de madera en los laterales, algunas bombillas colgadas del techo con cableado provisional —cuando había electricidad—, y cubos para hacer las necesidades. Estaba prohibido fumar y encender fuego, tanto por el riesgo de explosión como por el oxígeno limitado.
El impacto emocional fue profundo. Los más pequeños crecieron asociando el cielo con peligro. Los adultos vivieron con el estómago encogido, pendientes siempre de la próxima alerta. Algunos ancianos de Burriana aún hoy recuerdan la humedad de aquellos túneles más que la lluvia en la calle.
El refugio del Camí d’Onda: un símbolo
Uno de los refugios más conocidos y mejor conservados de Burriana se encuentra en el Camí d’Onda, cerca del antiguo paso ferroviario. Excavado en 1937, tenía capacidad para unas 300 personas y se construyó con acceso desde varios puntos para facilitar la evacuación. Se estima que su longitud supera los 100 metros, con una profundidad constante de unos 10 metros.
Durante décadas estuvo cerrado y olvidado, hasta que en los años 80 comenzaron los trabajos de localización y documentación por parte de historiadores locales y asociaciones de memoria histórica. Hoy se ha rehabilitado parcialmente y se puede visitar con cita previa, convertido en espacio didáctico y de divulgación.En una de las paredes aún puede leerse, grabado a mano, el nombre de una familia y la fecha: “27 marzo 1937”. Apenas un día después del bombardeo más letal sufrido por la ciudad.
El 26 de marzo de 1937: fuego sobre Burriana
Aquel día, Burriana vivió uno de los episodios más duros de la guerra. Un escuadrón de aviones Savoia-Marchetti italianos, aliados del bando sublevado, bombardeó el núcleo urbano y la zona del puerto. Las bombas cayeron sobre viviendas, calles y almacenes. El número de víctimas exacto varía según las fuentes, pero se estima en más de 30 muertos y decenas de heridos.
La reacción del Ayuntamiento fue inmediata. El alcalde de entonces, Vicente Moliner Nadal, firmó de urgencia un plan para acelerar la construcción de nuevos refugios y mejorar los ya existentes. Se aprobaron ayudas para cavar túneles en propiedades privadas y se inició un censo de puntos vulnerables.
En palabras extraídas del acta municipal de abril de 1937: “La defensa pasiva debe reforzarse en todos los barrios, sin excepción. No hay lugar que no sea objetivo”.
El silencio de la posguerra
Con el final de la guerra, muchos de estos refugios fueron tapiados, rellenados o directamente olvidados. Algunos se derrumbaron por falta de mantenimiento. Otros quedaron integrados en edificios posteriores. La dictadura franquista no tenía interés en conservar testimonios de la resistencia civil republicana.
No fue hasta la llegada de la democracia que algunos investigadores comenzaron a rastrear estas estructuras. En los años 80, se hicieron los primeros inventarios y se realizaron pequeñas excavaciones. Ya en el siglo XXI, con el impulso de las leyes de memoria histórica, varios refugios fueron abiertos y restaurados parcialmente.
El de Camí d’Onda es el más conocido, pero también se han identificado tramos conservados bajo la plaza Mayor, en la calle Encarnación o cerca de la estación de tren. Algunos se utilizan para visitas escolares, otros están cerrados por motivos de seguridad estructural.
Una ruta bajo los pies
Hoy se puede trazar una ruta de memoria por Burriana, siguiendo las marcas del subsuelo. Desde el refugio de Camí d’Onda (visitables ciertos días al mes) hasta los restos documentados en la calle Mayor, pasando por la antigua fábrica Noguera, donde se descubrió un refugio privado bien conservado.
Para los interesados, el Ayuntamiento y algunas asociaciones ofrecen visitas guiadas en fechas señaladas, como el 14 de abril o durante la Semana de la Memoria. No hay aún un mapa oficial completo, pero el Archivo Municipal guarda planos y documentación técnica de muchos de estos espacios.
Recordar para no repetir
Los refugios antiaéreos de Burriana no son solo agujeros en la tierra. Son cicatrices. Son prueba de una época en que la gente tuvo que esconderse para no morir. Son memoria sólida, húmeda y oscura, pero necesaria.
Conservarlos no es un capricho ni una nostalgia de museo. Es una obligación histórica. Sirven para enseñar a las nuevas generaciones que la paz no se hereda, se construye. Que la guerra no empieza de un día para otro, pero deja marcas para siempre. Y que los civiles, tantas veces olvidados en los relatos oficiales, fueron quienes más sufrieron y resistieron.
Como en otras ciudades —Barcelona, Madrid, Alcoi—, Burriana ha empezado a abrir sus túneles al presente. A transformarlos en lugares donde la historia se toca, se huele, se escucha. Y, sobre todo, se entiende.
¿Te interesa? Mira esto: Festivales bajo la lupa: la tormenta que sacude al Arenal Sound (y no es musical)
Comparte este artículo