Montaje de la Virgen del Carmen sobre el puerto de Burriana, con la imagen religiosa en primer plano y el puerto deportivo, astillero y playa del Arenal visibles al fondo bajo un cielo despejado.

Hubo un tiempo en que la Virgen del Carmen era la excusa perfecta para que el Puerto de Burriana se llenara de vida, ruido y pólvora. Un fin de semana largo —o una semana entera, según los años— en que las calles se llenaban de mesas, sillas, luces, charangas, paellas y procesiones marineras. Una fiesta con raíces hondas, nacida del vínculo entre el mar y quienes viven de él. Hoy, esa fiesta sobrevive como puede, arrastrando los pies y sostenida únicamente por el empeño de unos pocos.

Cuando el Puerto era fiesta

Las fiestas del Carmen no son un invento moderno. Vienen de lejos, de cuando el puerto era un hervidero de marineros, redes y cajas de pescado recién subastado. El 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, se celebra en todos los puertos del Mediterráneo, pero en Burriana siempre se ha vivido de forma especial: misa, procesión por mar, embarcaciones engalanadas, fuegos artificiales, conciertos, cenas populares, concursos de pesca y hasta torneos de truc.

Procesión de la Virgen del Carmen en el Puerto de Burriana, con un grupo de porteadores vestidos con camisa blanca y medallas, cargando el paso decorado con flores blancas y moradas.

Todo eso —o casi todo— sigue haciéndose hoy. Este año, se ha dejado de organizar el festejo taurino. El resto se mantiene, gracias al esfuerzo de los vecinos y la comisión. Pero ya no es lo mismo. Se nota en la asistencia, en la implicación, en la energía. Donde antes había desbordamiento y ganas de más, ahora hay espacios vacíos y momentos de silencio.

El declive: menos apoyo, más cansancio

Poco a poco, el viento empezó a soplar en contra. Lo que era una fiesta popular y participativa fue perdiendo fuerza, en parte por desgaste generacional y en parte por una falta clamorosa de apoyo institucional. Las ayudas económicas menguaron, los trámites se multiplicaron, y muchas veces los permisos llegaban tarde o con condiciones absurdas. Organizar unas fiestas así pasó de ser un orgullo a convertirse en una carga.

La comisión de fiestas ha tenido que hacer encaje de bolillos para seguir adelante. Con presupuestos mínimos, voluntarios cansados y escasa visibilidad, han mantenido viva la llama año tras año. Pero no es lo mismo. Falta gente, falta alegría, falta respaldo.

La desaparición de los toros: otra herida más

Este 2025 ha marcado un antes y un después: no se han celebrado toros en las fiestas del Carmen. No ha sido por falta de ganas, sino por puro desgaste. Los costes se han disparado, los requisitos legales se han multiplicado, y la ayuda institucional ha brillado por su ausencia.

Montar un festejo taurino conlleva un gasto enorme en toros, seguros, ambulancia, infraestructura, veterinarios, permisos, vallado y personal. Y cuando la comisión apenas sobrevive con cuatro subvenciones justas y la voluntad de unos cuantos, simplemente no llega. Muchos vecinos lo tienen claro: no es que no quieran hacer toros, es que les han dejado solos.

Festejo taurino en las fiestas del Carmen del Puerto de Burriana en años anteriores, con un toro corriendo por la calle mientras numerosos jóvenes lo esquivan y otros observan desde los cadafals y estructuras metálicas colocadas alrededor del recinto.

A eso se suma que cada vez cuesta más encontrar gente dispuesta a colaborar. La implicación vecinal ha bajado, y los que antes montaban cadafals y organizaban turnos, ahora están cansados. Sin relevo ni recursos, el festejo taurino ha caído. Y con él, una parte de la identidad festiva del Puerto.

La triste imagen de este año

Este 2025 ha sido quizá el más flojo que se recuerda. En los paiportas populares apenas se llenó una cuarta parte del recinto. Donde antes no cabía un alfiler y se hacía cola para pillar mesa, ahora sobraban sillas vacías. Como siempre, tras la cena se celebró el bingo, y después vino la orquesta o la actuación de turno. Pero el ambiente no era el de antes. La poca gente que había, en su mayoría, se fue tras el bingo. Y en la actuación, apenas quedaban unas pocas mesas sueltas.

Y no porque la gente no quiera fiesta. Es que, si no se cuida, la fiesta deja de tirar. Si no se apoya, se apaga. La ilusión sola no basta.

Una fiesta ignorada por quienes mandan

Lo más sangrante no es que falte dinero. Es que da la sensación de que a nadie le importa. Que mientras en otros barrios o pueblos se destinan recursos generosos para fiestas patronales, conciertos o ferias, el Puerto de Burriana se queda siempre en la última fila. Como si celebrar el Carmen fuera un capricho de cuatro nostálgicos.

La dejadez institucional no es nueva. Pero cada año que pasa, duele más. Porque mantener una tradición viva sin ayuda es como pescar sin redes: una lucha inútil. Y lo que debería ser un motivo de orgullo colectivo se convierte en una batalla de resistencia.

El valor de los festeros: héroes anónimos

Y sin embargo, ahí siguen. Los festeros. La comisión. Los vecinos que sacan las sillas a la calle. Las mujeres que cocinan para todos. Los que limpian después. Los que pagan de su bolsillo para que haya música, pólvora o bocadillos para los músicos. Gente que no sale en los papeles pero que sin ellos no habría fiesta. Gente que lo hace por la Virgen, por el Puerto y por no dejar morir lo que fueron.

Su esfuerzo es, literalmente, lo que mantiene en pie esta celebración. Y ese esfuerzo merece un reconocimiento que, hasta ahora, no llega. Ni en forma de subvención, ni en forma de aplauso. Solo el silencio y la indiferencia.

Un agradecimiento que no se dice lo suficiente

Desde aquí, un agradecimiento enorme —y necesario— a la Comisión de las Fiestas del Carmen. A todas las personas que, con más corazón que medios, siguen tirando del carro. Que aguantan reuniones, papeleos, zancadillas y noches sin dormir para que, al menos durante unos días, el Puerto recuerde quién es. Vuestra dedicación es ejemplo de lo que significa hacer comunidad. Y ojalá algún día se os reconozca como merecéis.

Una fiesta que es mucho más que fiesta

Porque no se trata solo de música o pólvora. Las fiestas del Carmen son una expresión de identidad. Una forma de reforzar la comunidad. Un homenaje a los marineros, a los que ya no están y a los que siguen saliendo a faenar cada madrugada. Son una manera de recordar que este puerto no es solo un lugar con barcos, sino un barrio con alma.

Y si esa alma se apaga, Burriana pierde algo más que una fiesta. Pierde memoria, pierde raíces, pierde sentido de pertenencia.

¿Y ahora qué?

La pregunta es simple: ¿se quiere que las fiestas del Carmen sigan existiendo? Porque si la respuesta es sí, hace falta algo más que buenas palabras. Hace falta implicación real. Apoyo económico, logístico y simbólico. Hacerlas visibles. Integrarlas en la agenda cultural y festiva del municipio. Escuchar a quienes las organizan. Dejar de poner trabas y empezar a tender manos.

Y si la respuesta es no, al menos que se diga claro. Para que los que quedan luchando no sigan remando contra un muro de indiferencia.

¿Has vivido estas fiestas? ¿Has formado parte de la comisión o las has disfrutado desde la calle? Cuéntalo en los comentarios. Estas historias también merecen ser contadas.

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