Vista panorámica de la Illa Grossa, en las Islas Columbretes, con su faro característico sobre un terreno rocoso y mar en calma bajo un cielo parcialmente nublado.

No son Ibiza ni Formentera. No tienen beach clubs, ni hoteles, ni hamacas con mojitos a 20 euros. Las Islas Columbretes son otra cosa. Una rareza en mitad del Mediterráneo, frente a la costa de Castellón, que no sale en los folletos turísticos pero debería. Porque pocas islas en España concentran tanta historia, tanto valor ecológico y tanto misterio en tan poco espacio.

Un archipiélago con nombre de serpiente

El nombre no engaña: “Columbretes” viene del latín colubraria, por la cantidad de serpientes que habitaban estas islas cuando los romanos las bautizaron. Y no eran culebrillas cualquiera, ojo. Hasta bien entrado el siglo XIX, la Coluber hippocrepis —la famosa culebra de herradura— campaba a sus anchas por allí, hasta que el ser humano decidió que ya había suficientes y las exterminó a base de fuego.

Vista desde tierra del interior del cráter volcánico de Illa Grossa en las Islas Columbretes, con vegetación baja en primer plano y varias embarcaciones fondeadas en aguas tranquilas dentro del anillo natural.

Hoy en día ya no quedan. Pero el nombre quedó. Como advertencia, como homenaje o como ironía, según se mire.

Geografía de otro planeta

Las Columbretes no son una sola isla, sino un conjunto de islotes volcánicos. Cuatro grupos, para ser exactos: Illa Grossa, la Ferrera, la Foradada y el Carallot. La más grande, Illa Grossa, no llega ni a un kilómetro de largo. Pero su origen es espectacular: son restos de volcanes submarinos apagados hace millones de años, cuando el Mediterráneo todavía no sabía qué forma iba a tener.

Perspectiva desde el mar alejándose de las Islas Columbretes, con la Illa Grossa y su faro a la izquierda, y los islotes del grupo Carallot a la derecha, bajo un cielo parcialmente cubierto.

Eso explica sus formas abruptas, sus acantilados retorcidos, sus cortes a cuchillo en la roca. No hay playas ni calas al uso —olvídate de toalla y sombrilla—, solo plataformas naturales donde el mar se cuela como puede entre la lava fosilizada. Y bajo el agua, otro mundo: un fondo marino que parece diseñado por un escultor de pesadillas, con rocas, túneles y paredes que hacen salivar a los buceadores… y sufrir al que se atreva sin guía.

Lo que se ve… y lo que no

Desde lejos, las Columbretes parecen un pedazo de tierra sin mucho que contar. Pero debajo del agua es otra historia. Hay más de 600 especies marinas registradas en la zona: meros enormes, corvinas, delfines, barracudas, rayas, langostas, coral rojo, praderas de posidonia y fondos de roca que parecen salidos de otro planeta.

Mero común refugiado bajo una roca volcánica en los fondos marinos de las Islas Columbretes, rodeado de aguas cristalinas y estructuras rocosas.

De hecho, la reserva marina de las Columbretes, declarada en 1990, es uno de los santuarios de biodiversidad más importantes del Mediterráneo. Y uno de los pocos sitios donde los peces tienen tiempo (y espacio) para crecer en paz.

Eso sí, con vigilancia. Porque donde hay riqueza, siempre hay quien quiere meter la caña.

Historia con cicatrices

Aunque hoy parecen deshabitadas, las Columbretes tienen un pasado lleno de gente. Primero fueron refugio de piratas y contrabandistas. Luego, se instalaron fareros y militares. Durante buena parte del siglo XX, el archipiélago fue usado como polígono de tiro por la Armada Española. A metrallazo limpio, con el permiso (o la indiferencia) del Estado.

Islote volcánico del grupo Illa Grossa en las Islas Columbretes, con su característica aguja basáltica negra emergiendo del mar y rodeado por aguas cristalinas y acantilados erosionados.

No fue hasta los años 80 cuando empezaron a tomarse en serio su protección. Se prohibió la pesca de arrastre en sus aguas. Se delimitó la zona como reserva natural. Y se estableció una base científica permanente para estudiar su flora, fauna y evolución geológica.

Hoy, la Illa Grossa alberga un pequeño faro automatizado, un helipuerto y un par de edificios usados por los equipos de vigilancia ambiental. Poco más.

El lagarto que sobrevivió a todo

Uno de los habitantes más ilustres de las Columbretes es un lagarto: el Podarcis atrata. Endémico del archipiélago, solo vive allí. En ningún otro lugar del planeta. Es negro, escurridizo y símbolo de la tenacidad biológica: ha sobrevivido a volcanes, sequías, bombardeos y hasta a los turistas que se acercan demasiado.

Ejemplar de lagartija Podarcis atrata entre rocas en las Islas Columbretes, con su característico patrón moteado y tonos oscuros adaptados al entorno volcánico.

También hay aves. Muchas. Las islas son un punto clave en las rutas migratorias de especies como el halcón de Eleonora, la gaviota de Audouin o el paíño europeo. Y cuando llega la temporada, se convierten en una auténtica torre de control aérea para ornitólogos.

Y sin embargo, olvidadas

A pesar de todo esto, las Columbretes siguen siendo unas grandes desconocidas. Poca gente en la Comunitat Valenciana sabe situarlas en el mapa. Y aún menos las han pisado.

El acceso está restringido. Solo se puede llegar en barco autorizado. Las visitas están reguladas. No se puede pescar, ni fondear donde uno quiera, ni andar a sus anchas. Y eso, para algunos, es una pega. Pero para otros (los que entienden lo que hay en juego), es una bendición.

Porque si algo tienen las Columbretes es que están casi como estaban. Y eso, en el Mediterráneo, es una rareza.

Curiosidades poco contadas

  • El nombre “Carallot”, que designa uno de los islotes más pequeños y afilados del grupo, viene del valenciano y significa, literalmente, “pene pequeño”. Un nombre que los pescadores locales llevan usando generaciones.

Aguja rocosa del Carallot emergiendo del mar en el archipiélago de las Islas Columbretes, con una embarcación de vela al fondo y la Illa Grossa visible a la derecha con su faro en la cima.
  • Se han encontrado restos de ánforas y naufragios romanos en los alrededores. Las corrientes complicadas y los arrecifes han sido una trampa para marinos desde hace siglos.

  • Durante la Guerra Civil, se rumorea que hubo espías y contrabando usando las islas como base. Pero poca documentación ha sobrevivido.

  • No hay fuentes de agua dulce. Nada. El abastecimiento siempre ha sido un problema. Por eso nunca hubo asentamientos estables.

  • El faro original, construido en 1859, tuvo fareros destinados hasta 1975. Vivían aislados durante meses, con provisiones que llegaban en barco y radio como única conexión.

Fachada frontal del faro de la Illa Grossa en las Islas Columbretes, con contraventanas verdes, detalles amarillos y la torre blanca del faro sobresaliendo sobre el cielo nublado.

¿Y ahora qué?

Las Columbretes están protegidas. Pero también están vigiladas por el eterno enemigo: el olvido. Porque cuando un sitio no da dinero, no suele dar titulares. Y aunque es cierto que hoy son un ejemplo de conservación marina, basta una firma mal puesta o una concesión mal pensada para ponerlo todo en peligro.

¿Turismo controlado? Bien. ¿Investigación científica? Perfecto. ¿Pesca profesional? Solo si se respeta la reserva. Pero convertirlas en el nuevo destino de moda, con catamaranes a todo trapo y influencers haciéndose selfies en la Illa Grossa… no, gracias.

¿Por qué importan?

Porque son un laboratorio natural. Porque son uno de los pocos lugares donde se puede ver cómo era el Mediterráneo antes del turismo de masas. Porque guardan especies que no están en ningún otro sitio. Y porque nos recuerdan algo básico: lo que no se protege, se pierde. Pero lo que se protege sin contar, también.

Así que la próxima vez que mires al mar desde la costa de Castellón, piensa en ellas. Están ahí. En silencio. Esperando que no las fastidiemos.


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