Mapa limpio del litoral valenciano representando las reservas marinas.

Hablar de proteger el mar queda muy bien en los discursos, en los folletos y en los informes de Bruselas. Pero el mar, de verdad, hay que pisarlo. Hay que vivirlo. Y hay que haberlo visto cambiar para entender lo que se juega ahí abajo.

Porque el que lleva años saliendo a faenar o simplemente a mojar la línea sabe que el mar no es el mismo. Donde antes veías bancos de sargos o jureles, ahora encuentras silencio. Donde había pulpos, ahora hay plásticos. Y no, no es nostalgia: es pérdida.

Por eso, aunque a veces suene a cuento burocrático, hay que mirar con otros ojos esas zonas donde se ha decidido echar el freno. Reservas marinas, zonas vedadas, ZEC... Llámalas como quieras. Algunas están bien pensadas, otras se notan hechas deprisa y corriendo. Pero lo cierto es que donde se protegen bien, el mar responde.

No hace falta leer un estudio para notarlo. Lo ves tú. En la claridad del agua. En los peces que vuelven. En los que ahora lanzan la caña y sienten picada donde antes solo había espera. Y en el silencio de esos rincones donde el mar, por fin, puede respirar.

Tabarca: la pionera

Tabarca lleva en esto desde los años 80. Fue la primera reserva marina declarada en España, y eso ya dice mucho. Antes, aquello era un campo de minas: pesca sin control, barcos fondeando donde querían, y la posidonia hecha polvo. Pero desde que se puso orden, la cosa cambió. Y para bien.

Hoy en día, cuando llegas a Tabarca ya sabes que el sitio tiene algo especial. El agua es tan clara que parece de postal, y el fondo está vivo. Hay posidonia hasta donde alcanza la vista, nacras, estrellas, bancos de salpas y, si pillas buen día, algún mero del tamaño de un chiquillo.

Mapa náutico con los límites de la Reserva Marina de la Isla de Tabarca marcados en rojo sobre fondo batimétrico.

Tienen una zona integral, marcada y vigilada, donde no se toca nada. Cero. Ni red, ni caña, ni botella. Es el corazón de la reserva. A su alrededor, sí se permite algo de pesca artesanal, pero con artes selectivas y bajo condiciones estrictas. Y eso se nota: los pescadores que cumplen tienen mejores capturas, y los que van a mirar peces no vuelven con las manos vacías.

El buceo recreativo también está regulado. No puedes ir a tu aire: hay puntos concretos, cupos diarios y empresas autorizadas. Y aunque parezca mucho lío, lo cierto es que ha funcionado. La fauna ha vuelto, los fondos se han recuperado y, de paso, Tabarca se ha hecho famosa por algo más que el arroz con caldero.

Lo importante aquí es que las normas no se quedaron en el papel. Se aplican. Hay vigilancia, hay control y hay conciencia. Y cuando eso pasa, el mar responde.

Columbretes: el santuario

Está lejos, a 30 millas mar adentro. Ir no es para cualquiera, pero quien ha ido lo recuerda. Las islas parecen sacadas de otro mundo, y debajo, más aún. Coral, cuevas, gorgonias, peces de todos los colores y hasta aves raras en los islotes. No es raro ver algún halcón de Eleonora o una pardela cenicienta planeando por allí. Todo el conjunto tiene un aire salvaje, intacto, casi como si el tiempo se hubiera detenido.

Mapa náutico con los límites de la Reserva Marina de las Islas Columbretes marcados en rojo, mostrando islotes, bancos submarinos y zonas de protección en mar abierto.

La reserva marina cubre más de 5.500 hectáreas de mar. Y está dividida por zonas: las reservas integrales, donde no se permite ni respirar fuerte, y las zonas de uso restringido, donde se puede bucear, fondear o estudiar, pero siempre bajo normas estrictas. Los permisos no se dan a la ligera, y eso es precisamente lo que mantiene la zona como está.

Los fondos están llenos de vida: meros grandes, bancos de espetones, cigarras de mar, coralígeno bien conservado… Incluso las langostas, tan escasas en otros puntos, se ven aquí con relativa facilidad. Es un sitio donde no hace falta suerte, porque la biodiversidad es la norma, no la excepción.

Eso sí, quien piensa en tirar una caña cerca mejor que ni lo intente. Hay patrullas, hay vigilancia aérea y hay controles. Las normas se cumplen. Y aunque eso fastidie a más de uno, es lo que ha hecho que Columbretes siga siendo uno de los últimos rincones del Mediterráneo que aguantan el tipo.

Irta: discreta pero firme

Entre Peñíscola y Alcossebre hay un trozo de mar que se nota más tranquilo. Es la reserva de Irta. No es muy conocida, ni sale en muchos mapas turísticos, pero ahí está, aguantando con lo justo y haciendo su trabajo. Tiene casi mil hectáreas de protección, lo que no es poco. Y aunque no lo parezca, marca la diferencia.

El fondo aquí mezcla roca, arena y praderas de posidonia que, en otros sitios, ya ni existen. A poco que te fijes, ves pulpos escondidos, sargos que patrullan entre las piedras y alguna dorada de buen porte. También es zona de paso de lubinas y de pequeños pelágicos que buscan refugio.

Mapa batimétrico de la costa entre Peñíscola y Alcossebre con el límite de la Reserva Marina de la Sierra de Irta marcado en rojo.

Aquí no entra el arrastre ni el marisqueo, que ya es decir. La pesca recreativa se permite, pero con limitaciones: sólo ciertas artes, sólo en ciertas zonas, y siempre con sentido común. El buceo también está regulado. Nada de plantarse con la zodiac y saltar al agua por libre. Y, aunque pueda parecer exagerado, todo eso ha hecho que el ecosistema aguante mucho mejor que en otros tramos de costa.

Además, al estar justo frente a un parque natural terrestre, el paisaje acompaña: acantilados limpios, poca presión urbanística, y ese silencio que en otros puntos del litoral ya ni recuerdas. No tiene tanto bombo como Tabarca o Columbretes, pero cumple. Y en estos tiempos, eso ya es mucho.

Cabo de San Antonio: un acantilado que guarda vida

Justo entre Dénia y Xàbia, bajo uno de los acantilados más espectaculares de la Comunitat, se esconde otra reserva que pasa desapercibida para muchos, pero que vale su peso en oro. El Cabo de San Antonio no solo impone por fuera. Lo que hay debajo también cuenta: paredes submarinas llenas de vida, cuevas, fondos de roca, nacras, gorgonias, y bancos de peces que aún se atreven a pasar cerca de costa.

La reserva es pequeña comparada con otras —unas 110 hectáreas—, pero está bien cuidada. Se permite bucear, pero solo con empresas autorizadas y en puntos concretos. También se permite cierto fondeo, aunque muy controlado. El arrastre está fuera de juego, y la pesca recreativa se limita a zonas concretas fuera de los límites de reserva. Y eso, aunque moleste, ha servido para que el entorno marino se mantenga fuerte.

Mapa batimétrico y topográfico de la Reserva Marina del Cabo de San Antonio entre Dénia y Xàbia, con límites marcados en rojo y el entorno natural del Montgó al fondo.

La parte sumergida del cabo forma una pared vertical que baja hasta más de 30 metros. Ahí es donde empieza el festival: pulpos, cabrachos, escórporas, morenas… y en los días buenos, se dejan ver espetones y dentones de talla. También es un punto de interés para tortugas bobas, que suben a respirar en las aguas más tranquilas del cabo.

La visibilidad aquí suele ser buena, y el fondo, además de bonito, está bastante limpio. No es sitio de paso de mucha embarcación ruidosa ni de fiesta flotante, y eso ayuda. Y aunque no se publicita tanto como Tabarca o Columbretes, quienes bucean aquí lo tienen claro: es uno de esos lugares donde el mar aún se defiende solo, siempre que lo dejemos.

El contraste con el puerto y las urbanizaciones cercanas es brutal. Un tramo de acantilado virgen, protegido, donde el mar aún suena limpio. Otro ejemplo de que cuando se quiere, se puede. Aunque sea en pequeño.

Les Moletes: ni tocarlo

Hay una zona al sur de Castellón que no sale mucho en las noticias. Les Moletes. Está a unas 20 millas de costa, bien lejos, y ahí no se puede hacer absolutamente nada. Ni profesional ni recreativo. Ni redes, ni cañas, ni arrastre, ni fondeos. Cero. Cualquiera que se acerque, lo hace bajo su responsabilidad, porque está todo prohibido, y está bien claro en los papeles.

Mapa batimétrico de la reserva de Les Moletes, con líneas de profundidad que superan los 300 metros y límites marcados en rojo.

Las coordenadas están en el BOE, sin margen de duda. No es una reserva con cartelitos de colores ni visitas guiadas. Es una zona vedada de forma permanente, de las pocas donde no hay discusión posible: no se entra, y punto. ¿Por qué? Porque lo que hay ahí abajo es delicado, valioso, y no se puede dejar al azar. Hablamos de fondos profundos, a más de 300 metros, donde se han identificado agregaciones de maërl (un alga roja calcárea muy frágil), jardines de gorgonias, grandes esponjas y corales de profundidad. Es un entorno sensible, donde especies como la langosta roja, el pez de San Pedro y ciertos tiburones de fondo encuentran zonas de refugio y cría en relativa paz.

También es hábitat de paso para pelágicos como la bacoreta, el bonito e incluso el atún rojo. A veces, incluso se han detectado delfines y cetáceos en tránsito por la zona. Todo esto sobre un fondo mixto de arena gruesa, cascajo y roca, que lleva siglos sin alterarse. Cada metro cuadrado guarda vida que ni vemos, pero que sostiene el equilibrio del mar en más sitios de los que creemos.

No es una zona de paso para domingueros ni para barcos de arrastre, y eso la ha salvado hasta ahora. Y aunque no la vea casi nadie, cumple una función clave: dejar un trozo del mar quieto, intacto, fuera del ajetreo. Que no es poco.

🧭 ZEC marinas: lo nuevo del 2025

Hace poco, el Gobierno volvió a mover ficha y amplió la lista de ZEC, esas zonas que sobre el papel suenan a protección, pero que muchas veces lo que hacen es meter más lío a los que llevamos años saliendo al mar con una caña.

Algunas de estas zonas ya estaban más o menos controladas, otras no se sabía ni que existían. Y ahora, de golpe, son espacios protegidos. El objetivo oficial es claro: conservar hábitats sensibles, proteger especies vulnerables y cumplir con los requisitos de Bruselas. Pero a pie de puerto lo que se escucha es otra cosa: restricciones, sanciones, falta de información y un “esto ya no se puede” constante.

El mapa queda así:

  • Orpesa y Benicàssim

  • Columbretes (ampliación)

  • Borriana–Moncofa

  • L’Almadrava

  • Marina Alta

  • Ifac

  • Cabo de les Hortes

  • Tabarca (ampliación)

  • Cabo Roig

Muchas de estas nuevas ZEC coinciden con zonas donde ya se sabía que había vida. Donde la posidonia aún aguantaba, donde los fondos tenían coralígeno, donde todavía se veían nacras, gorgonias, bancos de obladas, de sargos o incluso alguna raya. También zonas de paso para tortugas, delfines y aves marinas. Es decir, que algo había que hacer para que no lo perdiéramos todo. Eso sí, la forma y el ritmo con el que se ha hecho ha dejado a muchos fuera de juego.

Cada una tiene su plan, su normativa y su lista de cosas que no puedes hacer. Y lo que antes era una salida tranquila al amanecer, ahora se convierte en una gincana de mapas, zonas de exclusión y normas cambiantes. Porque ya puedes dibujar todos los mapas que quieras, que si luego no hay nadie explicando bien las cosas ni avisando con tiempo, aquello se convierte en una trampa para el de siempre: el que va a pescar legalmente y acaba con la multa mientras otros siguen haciendo lo que les da la gana.

📃 Mucha norma, poco medio

Sobre el papel, todo suena bien. Pero hay tramos de costa donde lo que hay escrito no llega al agua. Porque faltan recursos, porque hay trampas, porque se mira para otro lado. Las leyes están, sí, pero eso no basta.

  • Si no hay vigilancia, las reservas se quedan en teoría.

  • Si no hay medios, todo depende de la buena fe.

  • Si no hay voluntad política, se queda en promesa.

La pesca ilegal sigue viva. El turismo a lo loco arrasa sin que nadie diga nada. Y lo peor: algunas zonas protegidas lo son solo en teoría. En muchos puntos, lo único que cambia es el cartel o el color del mapa. Pero lo que pasa debajo, eso no se vigila.

Hay zonas donde se fondea encima de la posidonia como si nada. Donde se bucea sin control. Donde se pesca con artes que no tocan. Y mientras tanto, los que sí cumplimos, los que sí respetamos las normas, somos los primeros en comernos las multas si nos equivocamos medio metro de zona.

Lo que se salva, se nota

Aun así, hay sitios donde las cosas se hacen bien. Y se nota. Más pescado, más grande, más vida. Que no te lo cuenten: cuando vas, lo ves.

El agua cambia. La luz cambia. El fondo se llena otra vez. Vuelven los sargos, los meros, las nacras. Vuelven los bancos de obladas y hasta los calamares en las zonas que aguantan la presión. Porque el mar, cuando se le da un respiro, responde.

Por eso, aunque falte mucho por hacer, más vale proteger algo que nada. Porque cuando el mar se recupera, se nota arriba y abajo. En los que pescan. En los que bucean. Y en los que simplemente miran desde la orilla.

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