Mallorca abre la temporada del atún rojo con grandes atuneros fondeados en la bahía, mientras la flota artesanal y recreativa denuncia desigualdad.

Mientras el turismo empieza a llenar las playas y los bares se preparan para una nueva temporada alta, en el mar se libra una batalla menos visible pero igual de importante: quién pesca, cómo y con qué consecuencias. Mallorca ha recibido en los últimos días la llegada de grandes barcos atuneros industriales que, con sus redes de cerco, se preparan para capturar miles de kilos de atún rojo en apenas unas semanas. La imagen es imponente: enormes buques fondeados frente a la bahía de Palma, listos para un negocio millonario.

Pero lo que para unos es oportunidad, para otros es desesperación. La flota artesanal balear, que lleva años trabajando con técnicas sostenibles y cupos ajustados, vuelve a quedarse relegada. Sus embarcaciones pequeñas, muchas veces familiares, apenas tienen derecho a capturar un par de atunes al año. Literalmente. ¿La razón? Un sistema de reparto de cuotas que favorece a las grandes flotas y margina a quienes han contribuido a recuperar esta especie en el Mediterráneo.


La flota artesanal balear: mucho más que “pescar poco”

Hablar de la pesca artesanal en Baleares no es hablar de cuatro barcas viejas con redes. Es hablar de familias, de generaciones enteras que han vivido del mar, que lo conocen, lo respetan y lo protegen. Son embarcaciones pequeñas, muchas de ellas con base en puertos tradicionales como Portocolom, Cala Figuera o Andratx. No necesitan toneladas. Les bastan unos cuantos ejemplares de atún rojo bien pescados y bien vendidos para mantener su actividad viva.

Pero el sistema no está hecho para ellos. Mientras los industriales gozan de cuotas generosas, capacidad operativa descomunal y respaldo político-económico, la flota artesanal tiene que conformarse con limosnas. Literalmente. En 2025, la cuota asignada a cada embarcación artesanal en Baleares es de apenas 478 kilos. Eso equivale, en la práctica, a dos o tres ejemplares por temporada. ¿Cómo se justifica eso?

La paradoja es que estos mismos pescadores fueron los primeros en aceptar restricciones cuando el atún rojo estaba en peligro. Redujeron su actividad, incluso renunciaron a faenar, todo por preservar el recurso. Y ahora, que los datos muestran una recuperación clara del stock, no se les permite acceder en igualdad de condiciones al fruto de ese esfuerzo. El premio se lo llevan otros.


Pescar mucho, sin mirar atrás

Los atuneros industriales no solo pescan mucho. Lo hacen rápido, con métodos agresivos y con el objetivo de trasladar los atunes vivos a granjas de engorde. Durante ese proceso, una parte significativa de los peces no sobrevive. ¿Y qué pasa con esos ejemplares muertos? Quedan en el fondo marino, alterando los ecosistemas y afectando directamente a los pescadores locales, que luego se encuentran con atunes sin valor comercial y redes vacías.

El problema no es solo ecológico, sino también económico. El sector artesanal no puede competir ni en medios ni en volumen. Y, aun así, sigue limitado por normativas que parecen hechas a medida de los grandes. Lo más grave es que todo esto ocurre frente a una costa cuya economía depende, en buena parte, de un turismo que busca autenticidad, calidad y sostenibilidad.


¿Y la pesca recreativa?

Otro de los grandes olvidados en este panorama es el sector recreativo. Cada año, decenas de embarcaciones privadas participan en la pesca del atún rojo, no con ánimo de lucro sino como una actividad deportiva y cultural. Muchos de esos barcos pertenecen a mallorquines de toda la vida o a residentes que ven en la pesca una tradición que compartir con sus hijos.

Sin embargo, el acceso al recurso también está restringido de forma desproporcionada. Las autorizaciones son limitadas, los trámites burocráticos interminables y las sanciones, en caso de error, durísimas. Mientras tanto, los grandes atuneros llegan, pescan toneladas, y se marchan con beneficios desorbitados. Todo legal. Todo aprobado. Todo "normal".


Turismo, mar y coherencia

La paradoja es evidente. Mallorca se promociona como destino sostenible, amante de su entorno, defensora del mar y de su cultura pesquera. Pero, al mismo tiempo, permite que un puñado de barcos conviertan la temporada del atún en una operación industrial de alto impacto, perjudicando no solo a los profesionales locales sino también a la imagen de la isla.

¿Qué pensarán los turistas que se embarcan para ver delfines y atunes, cuando descubran que esas mismas aguas son escenario de capturas masivas y técnicas poco respetuosas con el medio ambiente? ¿Tiene sentido defender el producto local en los restaurantes si luego se margina al pescador que lo saca del agua?


Hora de revisar prioridades

Mallorca necesita un modelo pesquero justo. No se trata de enfrentar sectores, sino de corregir una balanza que hace tiempo que se rompió. Si la flota artesanal y la pesca recreativa han respetado las normas, han apostado por la sostenibilidad y han contribuido a la recuperación del atún rojo, es lógico que ahora puedan beneficiarse de ese esfuerzo.

La pregunta es sencilla: ¿queremos un mar lleno de oportunidades para todos, o solo para quienes vienen, arrasan y se van? Si la respuesta es la primera, toca actuar. Y no mañana. Hoy.