Una mayoría de países europeos tumba la propuesta de prohibir el plomo en la caza y la pesca. ¿Qué ha pasado? Aquí te lo contamos.

La Comisión Europea lo tenía todo listo para sacar adelante su propuesta: prohibir el plomo en municiones y aparejos de pesca. Pero se ha topado con un muro. Una mayoría de países le ha dicho que así no. Que la idea podrá sonar muy verde y muy bonita en papel, pero en la vida real las cosas son más complicadas. Y que si se quiere hacer, habrá que hacerlo con cabeza.


¿Qué se proponía exactamente?

Desde Bruselas, la idea era clara: ir eliminando el plomo en todo lo que tenga que ver con caza y pesca. ¿Por qué? Porque según la Agencia Europea de Sustancias Químicas, este material supone un riesgo para el medio ambiente y también para la salud. La propuesta venía con calendario, plazos estrictos y unas pocas excepciones (uso militar, tiro deportivo...). Pero faltaba algo fundamental: hablar con quienes están en el barro.


El muro de realidad: 14 países dicen “no”

En una reunión de ministros europeos de Agricultura y Pesca, el rechazo fue bastante rotundo. Catorce países dijeron que no apoyan la propuesta tal como está. Y otros tres dijeron: bueno, sí, pero con muchos cambios. ¿La Comisión? Sola, defendiendo el texto.

Chequia fue la primera en levantar la mano para decir que no. Y detrás vinieron muchos más. España pidió algo muy concreto: un plazo de 5 a 10 años para adaptarse y una excepción para el control del jabalí, que en algunas zonas ya es casi una plaga. También lo rechazaron países como Portugal, Italia, Grecia, Austria, Letonia o Suecia. Cada uno con sus matices, pero todos con el mismo mensaje: esto, así, no funciona.

El problema de fondo es que en muchos sitios no hay alternativa real al plomo. Y donde la hay, es cara, escasa o directamente inviable. A eso se suma el miedo al impacto que esto podría tener en la pesca deportiva, la gestión de especies silvestres, o incluso en la industria de defensa, como señalaban algunos países.


¿Y los que están “medio a favor”?

No todo fue rechazo frontal. Estonia, Lituania y Finlandia dijeron que sí ven con buenos ojos reducir el uso del plomo, pero no de cualquier forma. Quieren una transición sensata, con ayudas económicas reales y que cada país pueda adaptar la norma a su propia situación. Vamos, sentido común.


La Comisión, a lo suyo

La comisaria europea encargada del tema defendió el reglamento con los argumentos esperados: la ciencia dice que el plomo es peligroso, hay que proteger la salud y el medioambiente, y se han previsto exenciones. Pero no respondió a las críticas concretas, ni a los datos contradictorios que algunos países pusieron sobre la mesa. Ni una palabra sobre el coste para los sectores rurales o las limitaciones técnicas actuales.

Y eso ha sido parte del problema: intentar empujar una norma tan compleja sin haber escuchado antes a quienes la van a sufrir.


¿Y ahora qué?

Con este panorama, está claro que la propuesta no tiene recorrido tal y como está. La Comisión puede retirarla, revisarla o buscar caminos alternativos, pero el mensaje de los países ha sido claro: el cambio, si llega, no puede hacerse a martillazos.

El plomo, de momento, se queda. Y la Comisión, si quiere volver a intentarlo, tendrá que afinar mucho más el tiro.


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