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Foto EFEAGRO/Cepesca |
Mientras la mayoría de barcos de cerco miran sus ecosondas con la esperanza de encontrar un banco gordo de atunes, hay dos nombres que ya lo tienen todo atado: Balfegó y Ricardo Fuentes. Cada año por estas fechas, el Mediterráneo se llena de redes, de inspectores, de promesas de sostenibilidad… y de dudas. Muchas dudas.
Pero no para todos.
Un mar lleno de atunes… y de intereses
La campaña del atún rojo ha arrancado oficialmente con la flota cerquera al sur de Baleares. El parte meteorológico no ayudó, y la incertidumbre sobre la distribución y el tamaño de los bancos tampoco. Lo que sí parece claro es que el atún está ahí. Y mucho. De hecho, se habla de “máximos históricos” de biomasa. Entonces, ¿por qué tanta inquietud?
Pues porque los que realmente mueven el cotarro —Ricardo Fuentes desde Cartagena y Balfegó desde L’Ametlla de Mar— están preocupados por cosas más terrenales: los aranceles de EE. UU., la cotización del dólar, y cómo colocar su producto en Japón o en Oriente Medio sin perder margen.
Un monopolio camuflado de modelo de éxito
Ambas empresas concentran buena parte de las cuotas de cerco, operan con barcos de varios países y gestionan cada temporada como si fuera una operación logística de la OTAN. Ellos no pescan: ejecutan. Balfegó, por ejemplo, trabajará este año con 39 barcos y una cuota repartida entre Francia, Italia y España. Si el atún aparece, ellos lo encuentran. Si no, ya lo están cebando en sus granjas para engordarlo y venderlo meses después.
Hablan de sostenibilidad, pero han convertido al atún rojo en un activo financiero. De hecho, han conseguido lo que parecía imposible: que un pez migratorio tenga dueño. Aunque no lo diga la etiqueta, buena parte del atún rojo que se exporta —ya sea a Los Ángeles o a Osaka— pasa por sus manos.
¿Y qué pasa con los descartes?
Aquí viene el punto más turbio de la historia. Cada temporada, toneladas de atún son descartadas al mar. Atunes muertos, hinchados, que no caben en la cuota o que no cumplen el tamaño, y que acaban pudriéndose en el fondo. No es una teoría: las cofradías de arrastre de Baleares lo han denunciado varias veces. Los restos obstruyen redes, aplastan otras especies y hacen perder días de faena.
¿Y los inspectores? Bien, gracias. Supuestamente hay observadores a bordo, trazabilidad electrónica, vigilancia satelital. Pero en alta mar, cuando se cierra la jareta y hay 200 toneladas de músculo vivo dentro, nadie va a parar la operación para ver si hay que devolver un pez.
Lo que ocurre es que, una vez capturado el atún, no hay vuelta atrás. La red se cierra y todo lo que hay dentro va para el saco… o para el fondo. Y eso, en un contexto de cuotas estrictas y recuperación supuestamente sostenible, es un problema serio. Pero un problema que se mira poco.
El otro frente: el comercio global
Mientras tanto, en las oficinas de las grandes armadoras, el debate no es si el mar se sobreexplota. Es si Trump sube los aranceles. Un 10 % ya ha hecho daño. Un 20 o un 50 % sería catastrófico, dicen. Pero lo que no cuentan es que ese modelo basado en exportación intensiva es parte del problema. ¿Por qué no pensar en una pesca más diversificada, más artesanal, más local?
Porque el negocio no está en el pescado. Está en el volumen.
Y los pescadores, esperando señales
Mientras los grandes calculan en Excel cuánto subirán los costes logísticos, los patrones de cerco más modestos miran el radar. ¿Dónde están los bancos? ¿Qué talla tienen? ¿Saldrá rentable el gasoil? Las dudas son muchas. El beneficio, para unos pocos.
La campaña se alargará hasta el 1 de julio, pero si los bancos aparecen, todo acabará antes. En pocas semanas se moverán millones. Y luego, silencio. El Mediterráneo volverá a parecer limpio y tranquilo. Hasta el año que viene.
¿Y la sostenibilidad?
Buena pregunta. El atún rojo ha pasado de estar al borde del colapso a ser un símbolo de gestión pesquera. Pero, ¿quién gestiona a los gestores? Si las cuotas aumentan y la presión también, si se siguen descartando toneladas de pescado muerto, y si el negocio depende de engordar peces en granjas para venderlos a precio de oro… ¿de qué sostenibilidad estamos hablando?
Al final, la pesca es solo una parte del sistema. Lo que vemos en los informativos: barcos, redes, faena. Pero detrás hay otra red, mucho más grande, que huele menos a sal y más a dinero.
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