Fachada del Centro Municipal de Cultura La Mercè de Burriana, antiguo convento y prisión franquista entre 1939 y 1942, hoy sede cultural rehabilitada.

Hay edificios que parecen mudos, pero no lo están. En Burriana, uno de ellos es el Centro Cultural La Mercè. Quien pasa hoy por allí con la intención de ver una exposición o escuchar un concierto quizá no sepa que camina sobre las huellas del miedo, del hambre, del castigo. Porque antes de ser cultura, La Mercè fue cárcel. Y antes de eso, convento.

De rezos a gritos: los muros que vieron de todo

El edificio original se construyó siglos atrás como convento de clausura. Pero las leyes de desamortización del siglo XIX acabaron con muchas instituciones religiosas, y La Mercè no fue la excepción. Lo que había sido recogimiento se transformó en propiedad del Estado, y durante décadas sirvió como almacén, escuela, hospicio o simplemente como edificio abandonado.

Todo cambió en 1939. Con la entrada de las tropas sublevadas tras la Guerra Civil, Burriana se llenó de silencios y de órdenes. La Mercè fue reconvertida en prisión provisional. No estaba pensada para eso, pero daba igual. Se tapiaron aulas, se cerraron pasillos, se llevaron mantas al suelo y se encerró a decenas de personas —en su mayoría, mujeres— por el único delito de pensar diferente.

Fotografía histórica en blanco y negro de un numeroso grupo de presos y presas en el patio interior del antiguo convento de La Mercè de Burriana, utilizado como prisión franquista entre 1939 y 1942. La imagen muestra el hacinamiento y la magnitud de la represión.

El tiempo del miedo

Las celdas improvisadas eran frías. El suelo, de cemento. No había duchas. Apenas comida. Y los primeros meses, bajo control de la Falange, fueron especialmente duros. No solo por la miseria material, sino por el odio deliberado. Los interrogatorios eran una excusa para humillar, para insultar, para pegar. Los presos —y especialmente los hombres— soportaron las palizas más brutales. Hubo noches de gritos tan intensos que los vecinos de la calle cercana preferían irse a dormir a otra parte.

Acto de exaltación franquista en el patio interior del antiguo convento de La Mercè de Burriana, utilizado como prisión entre 1939 y 1942.
Acto de exaltación patriótica en el patio de la prisión de la Mercé de Borriana (Castelló).

En esas condiciones, las mujeres compartían espacio con familiares, con compañeras de militancia o con desconocidas. Algunas estaban embarazadas. Otras, apenas adolescentes. Muchas pasaban los días sin saber por qué estaban allí. No habían cometido crímenes. Algunas habían cosido uniformes, otras leído revistas políticas o asistido a entierros de compañeros. Algunas habían participado en actividades de organizaciones obreras o feministas. Y con eso bastaba para acusarlas de “adhesión a la rebelión”.

Juicios como teatro

Los juicios, si se les puede llamar así, se celebraban en un edificio del centro del pueblo. Las presas eran trasladadas a pie, por la calle principal, en fila de dos en dos, atravesando un pasillo humano formado por vecinos. Las miradas eran de todo tipo: miedo, odio, compasión. Algunas mujeres reconocían a quienes habían cosido con ellas o a quienes les habían comprado en la tienda. Otras recibían insultos o escupitajos. Era una procesión de vergüenza que no olvidaron nunca.

Grupo de mujeres custodiadas saliendo del antiguo convento de La Mercè de Burriana, utilizado como prisión franquista entre 1939 y 1942.

En la sala del juicio, el fiscal recitaba de memoria un expediente copiado, los sabres brillaban junto al crucifijo, y la defensa se limitaba a decir “no tenemos nada que alegar”. Las sentencias estaban escritas de antemano. Veinte años. Treinta. En algún caso, incluso se pidió la pena de muerte.

El exilio dentro

Tras varios meses en La Mercè, muchas de estas mujeres fueron trasladadas a una prisión del norte del país, en la costa vasca, destinada exclusivamente a reclusas. Era un antiguo balneario convertido en penal. Lo que tenía de vistas lo compensaba con miseria. Petates en el suelo, frío, falta de alimentos, humedad. Se dormía en el suelo, se comía a base de garbanzos, se rezaba a la fuerza y se cantaban himnos patrióticos antes de cada recreo en la playa.

Las más afortunadas recibían mantas de sus familias. O comida, si alguien lograba colarla. Las que enfermaban dependían de la voluntad de las monjas encargadas. Algunas eran crueles. Otras, no tanto. Pero ninguna escapaba de las normas: silencio, sumisión y castigo si algo se salía del guion. A veces, el castigo consistía en no poder escribir a la familia. Otras, en pasar dos días en un calabozo húmedo y oscuro.

Volver sin volver

Las excarcelaciones empezaron en 1944. No por compasión, sino por puro cálculo económico: el régimen no podía sostener a miles de personas encarceladas sin producir. Algunas de las mujeres salieron con libertad vigilada. No podían volver a sus casas, ni trabajar en lo que sabían, ni hablar de lo que habían vivido. Pero aun así, volvieron. No todas. Algunas eligieron el exilio. Otras regresaron a Burriana, se reencontraron con sus hijos, con sus madres, y trataron de recomponer sus vidas como pudieron.

El edificio de La Mercè, mientras tanto, siguió ahí. Fue escuela, almacén, nada en particular. Hasta que, muchos años después, se decidió rehabilitarlo como centro cultural. Y eso es hoy.

Pero, ¿y la memoria?

Lo que no se ha rehabilitado —o peor aún, lo que se ha vuelto a enterrar— es su historia. En 2016, una placa conmemorativa fue instalada en la fachada de La Mercè para recordar a las 3.668 personas represaliadas que fueron encarceladas allí entre 1939 y 1942. No era una placa simbólica: era un acto de justicia. Fue retirada en 2024 por orden del concejal de Cultura, también diputado autonómico por un partido de extrema derecha, bajo el pretexto de que los datos eran “falsos”. Lo cierto es que esos datos no solo eran ciertos, sino públicos, verificables y documentados por investigadores como Juan Luis Porcar, que lleva años estudiando la represión franquista en la provincia de Castellón.

Placa conmemorativa instalada en 2016 en el Convento de La Mercè de Burriana, en homenaje a las 3.668 personas encarceladas allí entre 1939 y 1942 por la represión franquista. Texto en valenciano.

La decisión ha sido denunciada por varias asociaciones locales, que alertan del intento de borrar el pasado a golpe de decreto, y de convertir un espacio de memoria democrática en un decorado vacío. Ni rastro de las presas. Ni de los presos. Ni de las vejaciones.

Solo en publicaciones locales, en archivos de investigadores comprometidos o en la memoria de algunas familias sigue vivo el relato. Lo demás se ha tapado.

Hoy, La Mercè es un espacio de música, de arte, de encuentros. Pero también sigue siendo un símbolo incómodo. De lo que se calló. De lo que se quiso borrar. Y de lo que, pese a todo, sigue latiendo. Aunque no haya cartel. Aunque quieran silenciarlo otra vez.

Lo que enseña sin decirlo

Quien entra hoy al centro cultural no tiene por qué saber todo esto. No hace falta para escuchar un concierto o ver una exposición. Pero quizá ayudaría. Porque hay memoria que no necesita mármol, solo palabras. Y porque algunos muros, aunque se pinten de blanco, no olvidan.

¿Algo que añadir o matizar? Si conoces más datos, vivencias o crees que algo no está bien contado, déjalo en los comentarios. La memoria también se construye entre todos.

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