Hay cosas que desaparecen y no dejan huella. Y luego están las que, aunque se vayan, se quedan para siempre. La Panderola fue una de esas. Un tren pequeño, ruidoso, lento como él solo… pero con tanta personalidad que todavía hoy, medio siglo después de su último viaje, se le recuerda con cariño. No solo por cómo era, sino por todo lo que significó para la gente de Burriana.
¿Qué era exactamente la Panderola?
En los papeles, su nombre sonaba serio: Compañía del Tranvía a Vapor de Onda al Grao de Castellón de la Plana. Empezó a funcionar en 1888, uniendo los pueblos del interior con el mar: Onda, Vila-real, Almazora, Castellón y el Grao. Pero para la gente, aquello no era un tranvía ni un ferrocarril. Era “la Panderola”. Así la conocieron todos, y así se quedó.
El nombre tiene su historia. Algunos dicen que viene de “pandereta”, por el traqueteo constante de sus vagones. Otros apuntan a “panerola”, que en valenciano es cucaracha, por su color oscuro, su cuerpo rechoncho y su resistencia. Como sea, el mote le encajaba como un guante. Porque si algo tenía aquel tren era carácter.
Y en 1907, Burriana entró en el mapa de esa historia ferroviaria con la primera línea de la Panderola al Grau, un ramal que conectaba Vila-real con el Grau de Burriana y que funcionó hasta 1934. Más adelante, se pondría en marcha un segundo tramo, esta vez hacia el puerto de Burriana, que se mantuvo operativo hasta 1956. Ambas líneas fueron clave en el desarrollo económico y social del municipio, sobre todo por el transporte de naranjas, mercancías y viajeros entre la ciudad, el puerto y el resto de la Plana.
El tren que unía Burriana con su puerto (y con medio mundo)
A principios del siglo XX, la naranja era oro líquido en la Plana. El puerto de Burriana bullía de actividad, y hacía falta un sistema para mover rápidamente las cajas desde el campo hasta el muelle. Ahí entró en juego la Panderola. Iba cargada de cítricos, pero también de jornaleros, comerciantes, estudiantes, amas de casa, militares, curas, ciclistas y algún que otro artista despistado.
La estación de Burriana se encontraba en lo que hoy es la Ronda Panderola, una zona urbana con árboles, bancos y una locomotora restaurada que sigue en su sitio, como recuerdo vivo de aquel tren que unía pueblo, puerto y memoria. No hay niño que pase por allí sin subirse a jugar. No hay mayor que pase por allí sin soltar, aunque sea en voz baja, un "yo me acuerdo cuando..."
¿Cómo era viajar en la Panderola?
Viajar en la Panderola no era solo desplazarse: era una experiencia. Los vagones eran de madera, con bancos duros, ventanas que costaba abrir y un traqueteo constante que hacía imposible dormir. Pero eso no importaba. Porque en aquel tren, la gente hablaba. Se saludaba, se ponían al día, se ayudaban. Si alguien venía cargado, otro le sujetaba el saco. Si alguien se perdía, lo acompañaban.
El tren no tenía prisa, y la gente tampoco. Si veías venir la Panderola desde lejos, sabías que todavía te daba tiempo a salir de casa, cruzar la calle y subir. Había veces que el maquinista paraba porque alguien lo llamaba desde el camino. Era un tren con alma de pueblo.
Y claro, eso daba pie a todo tipo de anécdotas. Se contaba que si alguien se dejaba algo en el campo, podía bajarse, recogerlo y volver a subir antes de que arrancara. Que si un burro se quedaba plantado en la vía, se le pitaba, se le decía cuatro cosas desde la cabina y, si aún así no se movía, alguien bajaba con calma a espantarlo. La Panderola no tenía más remedio que esperar. Porque los raíles mandaban, y los burros, a veces también.
También estaba el truco de los chavales: correr junto al tren e intentar aguantar el ritmo. La mayoría ganaba. No era difícil. Pero lo hacían por el gusto de decir: "yo le he ganado a la Panderola".
El día a día de un pueblo sobre raíles
La vida de Burriana giraba, en parte, alrededor del tren. Los horarios del mercado, de la escuela o del trabajo se marcaban por el sonido del silbato. Había quien decía que el primer pitido de la mañana era mejor que cualquier despertador. Y para muchos, montar en la Panderola fue su primer gran viaje. Aunque fuera solo hasta Vila-real.
El tren también fue refugio en tiempos difíciles. Durante la Guerra Civil, se usó para transportar personas y materiales, y más de una vez circuló sin luces o con los cristales tapados, por miedo a bombardeos. Aun así, nunca dejó de pasar. Era un símbolo de que la vida seguía, incluso cuando todo parecía roto.
Y un día, se apagó
Como todo lo que huele a otro tiempo, la Panderola tuvo su final. El ramal de Burriana cerró en 1956, y en 1963 la línea principal también dijo adiós. Las carreteras, los coches y las prisas acabaron ganando. Aquel tren, que unía personas más que destinos, ya no encajaba en el nuevo ritmo del país.
Las vías desaparecieron. Las estaciones se reconvirtieron o se echaron abajo. Y el silencio ocupó el lugar donde antes se oía el traqueteo constante de hierro sobre hierro.
Pero no se fue del todo
En Burriana, la Panderola sigue viva. En el nombre del paseo, en la locomotora expuesta, en las conversaciones de la gente mayor, en los álbumes de fotos. Está en la forma en que se recuerda una época donde las cosas iban más despacio, sí, pero también más cerca.
A veces, los recuerdos no necesitan mapas ni estaciones. Basta con cerrar los ojos y escuchar el pitido lejano de un tren que no tenía prisa. Porque la Panderola no fue solo un tren: fue un modo de estar en el mundo. Y aunque ya no pase, todavía nos pasa por dentro.
Y si no bastaba con recordarla, también se le cantó
La Panderola no solo fue parte del paisaje: se coló en el lenguaje, en las historias y hasta en las canciones. En Castellón y también en las comarcas de Valencia, su traqueteo inspiró una letra popular que se cantaba entre risas y con un punto de nostalgia. La compuso José María Peris, y aún hay quien la tararea en fiestas o la recita con media sonrisa en los labios.
Aquí va un fragmento:
La Panderola
De Castelló a Almassora
xim pum tracatrac
De Castelló a Almassora
xim pum tracatrac
Va un tren que vola, leré
Va un tren que vola, leré
Va un tren que vola...
Leré, leré, leré, leré...Era de gran ajuda
xim pum tracatrac
per als graueros, leré
per als graueros, leré
...
I ara com ja no vola
xim pum tracatrac
està al paseo, leré
està al paseo, leré...
Porque sí, la Panderola ya no vuela, pero sigue ahí. En el paseo. En la memoria. Y en esta canción que, como ella, tampoco se ha ido del todo.
¿También tú viviste la Panderola o te la contaron en casa? ¿Tienes fotos, recuerdos o anécdotas de aquel tren que marcó una época? Cuéntanoslo. La memoria se mantiene viva cuando se comparte.
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