Arranque: del 30 de julio al 3 de agosto en Burriana
Este año, Burriana se viste de festival del 30 de julio al 3 de agosto de 2025, como ya es tradición desde hace quince años. Una ciudad de menos de 40 000 habitantes que cada verano recibe a 50 000 personas al día entre sounders, acompañantes y visitantes ocasionales.
Y esta edición no es una más. El cartel es más potente, la infraestructura más ambiciosa y la maquinaria mediática más engrasada que nunca. La ciudad entera se transforma: calles cortadas, playas llenas, acampadas improvisadas, alquileres disparados. Todo cambia durante cinco días y sus noches.
Burriana se convierte en una pequeña capital del ocio masivo, en un experimento de convivencia entre quienes vienen a disfrutar y quienes solo quieren dormir. Y con cada edición crecen las luces… y también las sombras. Porque la pregunta que sobrevuela desde hace años sigue sin respuesta clara: ¿quién gana con todo esto y quién lo paga?
Economía: mucho dinero, ¿pero para quién?
La Universitat Jaume I ha publicado por primera vez una auditoría detallada sobre el festival. Según sus cifras, el Arenal genera en Burriana un impacto de 8 millones de euros, y en toda la Comunitat Valenciana unos 12 millones, con 286 empleos directos e indirectos repartidos por la región.
El problema es que esos datos no bajan al suelo. Por ejemplo, no se sabe cuántos de esos 286 empleos benefician realmente a vecinos de Burriana. Tampoco se aclara si esos empleos se generan en el propio municipio o si benefician principalmente a empresas externas. ¿Cuántos de esos contratos son realmente para gente de Burriana? ¿Han disminuido con los años? ¿Se han externalizado? ¿Por qué no se especifica?
Además, el estudio señala que casi la mitad del gasto de los asistentes va a parar a supermercados, no a negocios locales como bares o tiendas del centro. De los 7,27 millones de euros de impacto indirecto, unos 4 millones se van en comida y bebida del supermercado, mientras que la hostelería del municipio apenas recibe 2,5 millones.
Muchos comerciantes de la zona centro se sienten fuera del circuito del festival. Algunos incluso dicen perder dinero esa semana. “Todo pasa en la playa. Aquí no entra nadie”, comentaba un hostelero en la reunión con la UJI. Y si encima no te consultan para el estudio, normal que no te creas los resultados.
A esto se suma que algunos sectores, como los pequeños comercios, apenas notan el impacto o incluso sufren pérdidas por la reducción del tráfico habitual de clientes. Hay tiendas que directamente cierran durante el festival porque les sale más caro abrir que parar. Y eso desmonta parte del relato optimista del informe. Si se quiere medir bien el impacto económico, también hay que contar los números rojos.
El informe puede servir de base, sí. Pero necesita afinar más. Porque no se trata solo de sumar millones, sino de saber quién los ve pasar... y quién se queda mirando desde la acera.
Ahora bien, hay un segmento de la población que sí ha sabido sacarle partido al evento: los vecinos que alquilan sus pisos, terrazas o habitaciones durante esa semana. En agosto, el precio medio del alquiler vacacional en Burriana sube hasta los 169 € por noche, según plataformas especializadas. Una estancia completa de siete días puede superar fácilmente los 1.000 €. En zonas próximas al recinto, los propietarios de apartamentos de tres habitaciones o más pueden ingresar entre 1.200 y 2.000 € alquilando a grupos de jóvenes, muchos de ellos organizados a través de Airbnb, Idealista o canales informales.
Algunos incluso han optado por marcharse de casa esa semana y alquilarla entera, haciendo del Arenal su “paga extra” de verano. Otros abren patios, terrazas o espacios improvisados para ganar algo extra como zona chill, parking privado o mirador al festival.
Eso sí, no todo entra en los circuitos legales: hay mucha economía informal, alquileres sin declarar y prácticas que, si bien son habituales, también generan cierta tensión con la normativa local o con los vecinos del mismo edificio.
En resumen: sí hay dinero. Pero no llega igual a todos, y el reparto real no lo refleja del todo ninguna auditoría. Mientras unos hacen el agosto literal, otros lo único que hacen es limpiar más, dormir menos y vender menos que cualquier semana normal del año.
Medio ambiente: pasos en verde, pero con sombras
El informe también evalúa el impacto ambiental como “moderado”. La organización del festival ha incorporado vasos reutilizables, reducido el consumo de papel, potenciado el transporte compartido y algunas zonas usan energía renovable.
¿Es suficiente? Para los técnicos, queda mucho por mejorar: gestión de aguas residuales, impacto en la línea de costa, residuos, ruidos nocturnos… y, sobre todo, la convivencia con un ecosistema sensible como la playa del Arenal.
Desde asociaciones vecinales del Grau y del Puerto advierten que esos “impactos moderados” se traducen en playas colapsadas, aguas sucias y turismo familiar espantado. También reclaman que no se ha escuchado al vecindario. La reunión en la que se presentó el informe se convocó de forma apresurada, y no recoge muchas de las denuncias previas.
A eso se suma el deterioro físico de zonas naturales que no siempre se recuperan tras el festival. Algunos vecinos denuncian que, año tras año, el litoral sufre un desgaste acumulado que nadie revierte. La regeneración de la playa tras el evento suele ser lenta, y en ocasiones deja huellas visibles en pasarelas, accesos o zonas verdes que no se reponen hasta bien entrado el otoño, si es que se reponen.
Curiosamente, Burriana acaba de renovar las Banderas Qualitur y Ecoplayas por la calidad de su litoral. Pero si durante una semana el agua está turbia, la arena llena de basura y los accesos cortados, ¿de qué sirve el sello?
Sociedad y convivencia: logística a lo grande
Para contener la marea humana, el dispositivo logístico es enorme. Se han habilitado 20 000 plazas de aparcamiento en varias zonas: Malvarrosa, Formolevante, Novenes y Carabona. Hay espacio para autobuses, acceso restringido para residentes y cambios en la circulación de la avenida Mediterránea, que se mantendrá en doble sentido durante el día para evitar el colapso de tráfico y facilitar la movilidad local.
Además, se desplegarán 2.500 efectivos entre policías, bomberos, personal sanitario y voluntarios. Habrá puntos violeta para la prevención de agresiones, asistencia psicológica, servicios médicos reforzados y un dispositivo de vigilancia marítima en la zona de costa.
En teoría, todo está pensado para que funcione. Pero en la práctica, muchos vecinos sienten que no se les tiene en cuenta a la hora de diseñar estos planes. “Nos enteramos por la prensa. Nadie pregunta si nos parece bien cerrar una calle o poner un escenario junto a nuestras casas”, comentaba una vecina en la asamblea del mes pasado.
Lo que debería ser una convivencia bien gestionada, a menudo se convierte en una imposición. Las zonas más cercanas al recinto sufren cortes de acceso, ruido hasta la madrugada y acumulación de residuos, mientras que los residentes deben adaptarse a una realidad paralela durante una semana. Algunos lo asumen resignados, otros directamente se marchan del pueblo esos días.
Hay esfuerzo institucional, sí. Se nota una mejora en la coordinación respecto a ediciones anteriores. Pero sigue faltando lo básico: escuchar al vecindario antes de actuar. No se trata solo de poner vallas y agentes. Se trata de incluir a Burriana en la toma de decisiones que afectan a su día a día.
Participación local: entre el curro y la grada
Y ahora vamos con un tema clave: ¿cuántos burrianeros participan realmente del festival?
La respuesta es doble.
Por un lado, como asistentes: según medios locales, más de 7.000 vecinos de Burriana acuden cada año al festival como público. Teniendo en cuenta que el total de asistentes supera los 300.000, los locales no llegan ni al 3 %. Vamos, que la mayoría son visitantes de fuera. Aun así, para muchos jóvenes de Burriana es la cita del año: una semana de fiesta sin salir del pueblo, conciertos al lado de casa y la sensación —aunque sea momentánea— de estar en el centro del mapa.
Por otro lado, como trabajadores: aquí la cosa cambia. En ediciones anteriores —como la de 2019— se estimaba que unos 900 burrianeros trabajaban directamente en el evento, una cifra nada despreciable. Desde camareros y personal de limpieza hasta montadores, conductores, técnicos de sonido o seguridad privada. Sin embargo, el nuevo estudio no detalla si esa cantidad se mantiene o ha bajado. Lo único que dice es que hay 286 empleos generados en la Comunitat, sin indicar cuántos de ellos se quedan en Burriana. Y ese silencio también habla.
Además, hay quienes alquilan sus casas, otros colaboran con negocios temporales o participan como voluntarios en iniciativas de prevención. Todo eso suma. Pero no todo el mundo tiene la opción de sacar partido. Para muchos otros, el festival no es una oportunidad, sino una semana incómoda, donde no se puede aparcar, dormir o simplemente salir a pasear sin cruzarse con la marabunta.
Así que, entre los que acuden como público y los que trabajan, sí hay una parte importante del pueblo que participa. Pero sigue siendo una participación desigual. Para unos, el Arenal es ganancia. Para otros, es desgaste.
Cultura: de indie a espectáculo comercial
El Arenal nació en 2010 como un festival indie con espíritu costero. Una propuesta que apostaba por bandas emergentes y conciertos frente al mar. Era un evento sin pretensiones, con mochilas en la arena y sin zonas VIP.
En sus dos primeros años, pasaron por sus escenarios artistas como The Cranberries, Love of Lesbian, Los Planetas, Delafé y Las Flores Azules, Scissor Sisters, Vetusta Morla, Russian Red o Crystal Fighters. Un cartel variado y con personalidad propia, que mezclaba indie nacional con propuestas internacionales poco vistas en otras citas.
En 2025, los cabezas de cartel son Bad Gyal, Jhayco, Steve Aoki, Rels B o Melendi. Reguetón, electrónica y pop comercial que buscan llenar el recinto y reventar redes. El cartel refleja las tendencias del momento, pero para muchos ya no tiene alma.
Algunos celebran la evolución. El festival es hoy uno de los más rentables de España. Pero otros lo ven como una copia más del modelo masivo: bebida cara, postureo, influencers por todas partes y música que suena igual que en cualquier otra parte.
Para quienes lo vivieron desde el principio, ya no queda casi nada de aquel ambiente relajado. La experiencia se ha vuelto más visual que musical. Lo que antes era descubrimiento, ahora es decorado para stories.
El Arenal ha cambiado. Para algunos, ha crecido. Para otros, se ha vaciado. Todo depende de a qué venías tú.
Conclusión
A estas alturas, nadie duda de que el Arenal Sound es un fenómeno gigantesco. Pero también es un espejo que refleja muchas tensiones. ¿Qué tipo de turismo queremos? ¿Cómo se reparten los beneficios? ¿Quién decide qué ciudad queremos tener en verano?
El festival genera empleo, sí. Y mueve dinero, sí. Pero también genera desigualdad, ruido y conflictos vecinales. No basta con sacar un estudio con cifras bonitas. Hace falta participación real, planificación a largo plazo y voluntad política para que el festival no sea solo una fiesta, sino un proyecto de ciudad.
Festival y ciudad conviven una semana al año. Que ese encuentro sume o reste depende de cómo se haga
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